Cada septiembre, cuando el aire se llenaba del espíritu de libertad y orgullo patrio, las calles de Jutiapa eran testigos de una tradición que iluminaba no solo la noche, sino también nuestros corazones: las salidas de las antorchas. Un símbolo de unidad, de esfuerzo, y de amor por nuestra tierra.
Las antorchas, llevadas principalmente por los jóvenes, eran más que un simple recorrido. Eran una promesa de honor y valentía, un testimonio del espíritu de lucha que siempre ha caracterizado a nuestro pueblo. Los equipos se preparaban con meses de anticipación, entrenando y organizando la ruta que los llevaría a recorrer decenas de kilómetros para encender ese fuego que simboliza la libertad.
Jutiapa se vestía de entusiasmo, y la antorcha, encendida con fervor, se convertía en un faro que guiaba a los participantes en su recorrido por las carreteras y veredas de nuestro departamento.
La noche caía y con ella, la antorcha brillaba con mayor fuerza. A su paso, no solo iluminaba las calles, sino también los rostros llenos de emoción de quienes corrían con ella. Era un momento de esperanza, de sentirnos unidos bajo el mismo ideal de independencia y libertad.
Y cuando llegaban a la meta, agotados pero llenos de satisfacción, el momento se volvía inolvidable. Las antorchas eran entregadas en actos ceremoniales, donde la llama simbolizaba la victoria de nuestro espíritu patrio, y las autoridades locales recibían este símbolo como un tributo a nuestra independencia.
A través de los años, las antorchas han cambiado de forma, pero nunca de esencia. Son el reflejo de nuestra historia, de la unión entre generaciones, y del compromiso de mantener vivas nuestras tradiciones. Hoy, aunque muchos ya no corran como antes, el fuego sigue encendido en el corazón de cada jutiapaneco.